El barroco

El barroco, que abarca más o menos el siglo XVII y tiene su origen en Roma, se caracteriza por la intensidad dinámica. Aunque la escultura en Italia, como fuera de ella, siguió esencialmente subordinada a la arquitectura, asume un rol estético.

Predominó el interés por las formas sinuosas (curvas) y el movimiento; se usa el claroscuro (contrastes de luz y sombra) para conseguir mayor expresión y dramatismo, a través de un mayor número de cortes en vez de líneas lisas; en un intento de rivalizar con la pintura, se utilizaron mármoles policromos (de acuerdo con la luz, pueden parecer de distintos colores).

Gian Lorenzo Bernini, pintor, escultor y arquitecto, fue el artista más destacado del barroco italiano. Sus obras expresan un dramatismo y una profundidad emocional acordes con la intensidad espiritual de la Contrarreforma.

Con una temática absolutamente religiosa, se hicieron un gran número de esculturas de santos, escenas de martirio y éxtasis, cuyo mejor ejemplo es el “Éxtasis de Santa Teresa” de Gian Lorenzo Bernini, el escultor barroco por excelencia.

En Francia, la esculturas más sobresalientes son las del palacio de Versalles, donde trabajaron François Girardon (1628-1715) y Antoine Coysevox (1640-1720). Los mejores ejemplos de la teatralidad del rococó en Alemania se encuentran en las ornamentadísimas obras de los hermanos Egid Quirino Asam y Cosme Damian Asam que, además de escultores, eran pintores y arquitectos. Su obra más conocida es la profusa decoración de la iglesia de San Juan Nepomuceno (1733-1746) de Munich.

En España, lo más característico está vinculado con temas religiosos, plasmados en madera policromada con un enorme realismo. A principios del siglo XVII, los centros artísticos más importantes eran Valladolid, con Gregorio Fernández, y Sevilla, con Juan Martínez Montañés.