La Tierra: nuestro hábitat

Edad y origen de la Tierra

La datación radiométrica ha permitido a los científicos calcular la edad de la Tierra en 4.650 millones de años.

Aunque las piedras más antiguas de la Tierra datadas de esta forma, no tienen más de 4.000 millones de años, los meteoritos, que se corresponden geológicamente con el núcleo de la Tierra, dan fechas de unos 4.500 millones de años y la cristalización del núcleo y de los cuerpos precursores de los meteoritos, se cree que ha ocurrido al mismo tiempo, unos 150 millones de años después de formarse la Tierra y el Sistema Solar.

Después de condensarse a partir del polvo cósmico y del gas mediante la atracción gravitacional, la Tierra habría sido casi homogénea y relativamente fría. En la etapa siguiente de su formación, cuando la Tierra se hizo más caliente, comenzó a fundirse bajo la influencia de la gravedad. Esto produjo la diferenciación entre la corteza, el manto y el núcleo, con los silicatos más ligeros moviéndose hacia arriba para formar la corteza y el manto y los elementos más pesados, sobre todo el hierro y el níquel, sumergiéndose hacia el centro de la Tierra, para formar el núcleo.

Al mismo tiempo, la erupción volcánica, provocó la salida de vapores y gases volátiles y ligeros de manto y corteza. Algunos eran atrapados por la gravedad de la Tierra y formaron la atmósfera primitiva, mientras que el vapor de agua condensado formó los primeros océanos del mundo.

El hombre: parte del todo

El ser humano forma parte integral del todo cósmico y orgánico. Carl Sagan, un astrónomo estadounidense señalaba que, habiéndose originado el Universo en una gran explosión que diseminó polvo de estrella por todos los rincones, es muy probable que en el organismo de cada uno de nosotros haya pequeñas partículas estelares.

El médico indonorteamericano Deepak Chopra, al explicar que cada uno de nosotros forma parte de un todo, y que el todo está en cada uno de nosotros, dice que día a día los seres humanos, y todas las cosas de la creación, están cambiando y que en este proceso existe, sin lugar a dudas, un intercambio de partículas.

¿Dónde estamos?

Estamos en el espacio y éste es el marco mayor donde nos desenvolvemos. Allí aprovechamos la luz solar, respiramos, recibimos la influencia de las mareas y se posibilita la comunicación a través de las ondas de radio que están dispersas en él.

En este marco, el hombre se ha convertido en un agresor del equilibrio del planeta, pues actúa egoístamente, ubicándose como el amo y señor de la Tierra. En este rol ha generado grandes daños a la naturaleza en general, como son el hoyo en la capa de ozono, la contaminación de los océanos y la desforestación de pulmones terrestres, como la Amazonía, por citar alguno.

La Tierra debe considerarse como un ser vivo que sufre con las agresiones, se compensa con los beneficios y se lamenta con los descuidos. Nuestro planeta no está muerto; tiene vida propia y por eso debemos cuidarlo. Su vida, cuya duración no conocemos, debe contener a miles de generaciones por venir.

Paralelos y meridianos

Piensa que envuelves un globo o con una hoja cuadriculada. Verás que hay líneas que se reparten alrededor de la esfera de norte a sur y de este a oeste. Las que son verticales, llevan el nombre de meridianos (en la imagen) y parten desde el Meridiano 0 , llamado Greenwich , en donde se supone que comienza a medirse la hora.

Cada cierto trecho hay otro meridiano y el espacio que queda entre dos de estas líneas se llama huso, por que tiene la forma de ese instrumento para hilar. Alrededor de la Tierra hay 24 meridianos y cada uno de los husos que hay entre ellos representa una hora del reloj.

Las divisiones horizontales se llaman paralelos (en la imagen) y la más larga de ellas está en el medio de la Tierra, en su parte más «gorda»: es lo que conocemos como el Ecuador. Hacia el norte y hacia el sur las líneas van siendo cada vez más cortas, hasta llegar a los llamados círculos polares, que son las circunferencias más pequeñas que hay en la parte de «arriba» y «abajo» del globo terráqueo.

El día y la noche

Cuando el sol alumbra es de día, cuando se esconde y llega la oscuridad, es de noche. Las plantas, los animales y en general todas las formas de vida en la Tierra, saben distinguir entre la luz y la sombra; la etapa de la actividad y el reposo. Sin embargo, dividir el día en 24 horas, también es un acuerdo entre los seres humanos. Sí: un acuerdo que fue tomado en concordancia al movimiento del planeta en torno a su propio eje.

La duración del día y la noche depende del tiempo que el Sol alumbre determinada superficie. Si un planeta se mueve muy rápido sobre sí mismo, las noches y los días se sucederán con gran rapidez. Por el contrario, si se mueve lentamente, los días serán más duraderos de lo que nosotros conocemos, al igual que las noches.

El ser humano está en perfecta simbiosis con su medio. Así el día y la noche, en el mundo que lo rodea, tiene su equivalente interno: el día y la noche que marca el reloj biológico. Ciertas hormonas, como la del crecimiento, sólo se activan durante el sueño; la fijación del calcio en el organismo, tiene que ver directamente con las horas de exposición a la luz. Hay muchos otros ejemplos que tu profesor de biología puede darte o que tú puedes descubrir.

La orientación

En el espacio no hay arriba y abajo. Ni derecha ni izquierda. Todas las referencias que nosotros tenemos son, simplemente, acuerdos a los cuales los seres humanos han llegado, para poder saber dónde estamos.

Estas convenciones tienen como referencia la Tierra, este minúsculo planeta que es menos que un punto en la dimensión cósmica. Pero, para nosotros, todos esos acuerdos forman nuestra realidad y con ellos nos entendemos. Por eso es necesario aprenderlos.

Una de las maneras más fáciles de orientarse es utilizando los puntos cardinales. El planeta ha sido representado por un globo atravesado por un eje vertical. En su parte superior se sitúa el norte y en el inferior el sur. Como la Tierra está girando sobre su eje, el lugar por donde aparece el sol es el este y el lugar por donde se pone, el oeste.

Orientarse es, simplemente, reconocer la posición de los puntos cardinales. Sólo así podemos ponernos de acuerdo con quienes viven en China, en Estados Unidos, en Africa o en otras regiones muy distantes.

Líquido vital

La Tierra es el único planeta del Sistema Solar en el que se ha detectado vida. Esto ocurre porque está a una distancia adecuada del Sol: no tan cerca como para que ardamos, ni tan lejos para que nos congelemos.

Aunque en los demás planetas del Sistema Solar existe la misma mezcla de más de un centenar de elementos que, en conjunto, constituyen las rocas, el aire y las células vivas, sólo la Tierra está a una distancia del Sol que permite la existencia de agua en todos sus estados.

– En forma de ríos y mares ( estado líquido ) el agua puede erosionar montañas y volverlas a construir a partir de sedimentos.
– En forma de nubes ( estado gaseoso ) protege a grades zonas terrestres de los abrasadores rayos del Sol.
– En forma de hielo ( estado sólido ) constituye una importante reserva y además, un elemento moderador del clima en todo el planeta.

La Tierra por dentro

En el interior

La Tierra es de forma esférica, aunque ligeramente achatada en los polos. Tiene un radio en el ecuador (desde cualquier punto de la línea del ecuador hasta el centro) de 6.358 kilómetros; y un radio polar (desde cualquiera de los polos al centro) de 6.357 kilómetros.

Está formada por varias capas, una dentro de otra. Si pudiéramos cortar la Tierra por la mitad, tendría el aspecto de media cebolla, con sus capas en forma de una serie de anillos concéntricos.

Cada capa tiene sus propiedades particulares, según sean las rocas que contiene y dependiendo de la profundidad a la que se encuentre.

Para su estudio, las capas terrestres pueden dividirse en tres regiones fundamentales.

La región exterior, llamada corteza, es la más delgada y podría compararse con la piel de una manzana. Bajo la corteza está el manto y luego el núcleo de la Tierra.

Mares y continentes

Existen dos tipos de corteza: continental y oceánica. La primera es menos densa y tiene un grosor de 30 kilómetros. Debajo de las grandes cordilleras, su grosor puede llegar hasta los 60 kilómetros.

La corteza superior, en la zonas continentales, recibe el nombre de sial, porque contiene fundamentalmente lice y al uminio.

La corteza oceánica y la que se encuentra debajo del sial en las zonas continentales, recibe el nombre de sima, porque contiene lice y ma gnesio.

La capa intermedia

La parte superior del manto está formada por tres capas. La capa superior , delgada y rígida se extiende hasta una profundidad entre los 60 y los 100 kilómetros. Después se encuentra una capa llamada astenósfera , que llega hasta unos 200 kilómetros. Debajo de ellas hay una capa basal gruesa que llega hasta una profundidad de unos 70 km.

La capa superior del manto y la corteza reciben conjuntamente el nombre de litósfera , la que está dividida en una serie de placas.

Entre la litósfera y la astenósfera, la temperatura y la presión son tales que parte de la roca se funde. La roca fundida o magma, forma una capa delgada sobre la que flotan las capas de la litosfera, y sobre las que se desplazan, produciendo la deriva continental.

La parte superior del manto está separada de la inferior por otra divisoria. Aquí la densidad de la roca vuelve a aumentar, y el manto está compuesto fundamentalmente de una roca pesada y de color oscuro. El manto inferior contiene también otras rocas aún más pesadas, formadas como resultado de la tremenda presión ejercidas por las rocas que hay por encima de ellas. El manto inferior se extiende hasta una profundidad de 2.900 kilómetros.

El centro de la Tierra

El núcleo exterior de la Tierra se compone de roca fundida. A unos 5.000 kilómetros de profundidad comienza el núcleo interior; se cree que es sólido y formado básicamente por hierro y níquel. A pesar de ser sólo el 16 por ciento del volumen de la Tierra, constituye casi un tercio de su masa total.

Al girar la Tierra sobre su eje, el metal fundido del núcleo exterior permite que el manto y la corteza giren ligeramente más de prisa que el núcleo interior. Debido a esta diferencia, se genera una corriente eléctrica en el seno del núcleo, de modo similar a la que se genera en la dínamo de una bicicleta al girar la rueda. La corriente eléctrica del núcleo de la Tierra produce un campo magnético.

Los polos magnéticos de la Tierra no coinciden con los extremos de su eje de rotación (polos geográficos). Además, su posición cambia continuamente. Esto se llama deriva polar.

Continentes a la deriva

Las masas de Tierra del mundo pueden dividirse en cinco regiones fundamentales. Estas son Europa y Asia (llamada a veces Eurasia), América del Norte y América del Sur, Africa, Australasia y la Antártida.

Estas masas de tierra reciben el nombre de continentes. Los geógrafos del siglo XVII se dieron cuenta, que los continentes podían encajarse como piezas de un enorme rompecabezas. Por ejemplo, las costas occidentales de Europa y Africa por un lado, parecen encajar con la costa este de América del Norte y del Sur. En 1858 Antonio Snider-Pellegrini sugirió que, posiblemente, los continentes hubieran estado unidos en algún momento, y que después se habrían separado. Sin embargo, por aquel entonces había pocas evidencias que respaldaran esta idea.

A comienzos del siglo XX, un científico y explorador alemán, Alfred Wegener, decidió buscar pruebas más definidas de que los continentes se habían separado. Durante sus viajes se dio cuenta que ciertos fósiles sudafricanos y sudamericanos eran similares. Estos fósiles probablemente fueron de un reptil llamado Mesosaurus que no aparece en ninguna otra parte de la Tierra. Wegener encontró también, fósiles de una hoja llamada glossopteris, en depósitos de la misma edad en Sudáfrica, Sudamérica, India y Australia. Para Wegener, estos ejemplos eran evidencias de que se había producido una deriva continental.

Recientemente, los científicos han desarrollado nuevas teorías acerca de poderosas fuerzas que causan la deriva continental. La corteza terrestre está dividida en varias secciones grandes y flexibles de unos 100 kilómetros de grosor, que reciben el nombre de placas tectónicas. Los lechos oceánicos y las masas continentales se encuentran sobre estas placas. Están continuamente en movimiento. La tremenda energía térmica desprendida por el núcleo de la Tierra, calienta los materiales en la profundidad del manto haciéndolos ascender. Esto obliga a las placas a separarse. En otros lugares, el material más frío del manto es arrastrado hacia el núcleo. Esto hace que las placas de la corteza se vean empujadas una contra otra, e incluso arrastradas hacia abajo, al interior del magma. Allí son consumidas por el intenso calor y la presión. El ascenso y descenso de la materia caliente y fría del manto recibe el nombre de ciclo de convección.