Un viraje a la historia

El historiador suizo Jakob Burckhardt amplió este concepto en su obra La civilización del renacimiento italiano (1860), en la que delimitó el renacimiento al situarlo en el periodo comprendido entre el respectivo desarrollo artístico de los pintores Giotto y Miguel Ángel, y definió a esta época como el nacimiento de la humanidad y de la conciencia modernas tras un largo periodo de decadencia.

El renacimiento es uno de los momentos más brillantes y más importantes de la historia: de los brillantes, porque los artistas crearon entonces obras maestras, difícilmente superadas después, y de los más importantes.

Así como los descubrimientos marítimos de Cristobal Colón y otros ensancharon el campo de la actividad material, el Renacimiento ensanchó el campo del pensamiento y de la actividad intelectual.

Cambio de perspectiva

Este período adoptó una visión nueva del mundo, que trajo consigo derivaciones y resultados fecundos en el siglo XVI. Emerge una cultura y una visión del mundo centrada en el hombre. Esta se orienta hacia los valores de la naturaleza y, así, indirectamente se fomenta el espíritu aventurero que había de fructiferar en los descubrimientos.

Se abandonan los sistemas filosóficos de la Edad media, reducidos en gran parte a comentarios de la obra del filósofo griego Aristóteles, y las ciencias avanzan por el camino de la experimentación, dejando de buscar su justificación- más que en la investigación-, en lo que afirmaban los pensadores de la antigüedad: Ptolomeo, Platón y otros.

La literatura, como las artes plásticas, se ve invadida por el espíritu laico, dejando de estar bajo la tutela de la Iglesia. En el plano religioso, se abandonan formas de piedad externas y superficiales, retornando, a través de la lectura de los textos bíblicos (cosa que hizo posible la invensión de la imprenta), a formas de pureza evangélica.

Individualismo renacentista

En el siglo XV triunfa la concepción individualista en todos los planos de la vida, en reemplazo de la concepción medieval, que hacía depender la seguridad del ser humano de su pertenencia a un grupo determinado: el gremio, la nobleza, la burguesía, el clero, etc.

Ante el empuje del individualismo, comerciantes de los burgos o ciudades medievales, no solo sucumbieron los señores feudales, sino que también se derrumbó la familia medieval. Entre los medievales, la familia había sido una propiedad exclusiva del padre.

La patria potestad, o poder del padre sobre los hijos, había sido absoluta y abusiva en la mayoría de los casos. En el siglo XIII, en las ciudades, el padre perdió el derecho de castigo, aunque en los campos y feudos agrícolas se siguió practicando durante mucho tiempo.