Crece la población

A la par con los procesos de industrialización, expansión del comercio y mejoramiento de los sistemas agrarios, en casi toda Europa explotó la llamada revolución demográfica o aumento masivo de la población, que pasó a ser uno de los fenómenos más interesantes de la historia contemporánea.

En Inglaterra, el número de habitantes se elevó de cuatro millones con que contaba en 1600, a seis millones en 1700; a fines del siglo XVIII alcanzó nueve millones. La población francesa subió de 17 millones a 26 millones entre 1700 y 1800. Un clérigo inglés, Thomas Malthus, que dedicó gran parte de su tiempo a estudiar este fenómeno.

La principal contribución de Malthus a la economía fue su teoría de la población publicada en su libro Ensayo sobre el principio de la población (1798). Según Malthus, la población tiende a crecer más rápidamente que la oferta de alimentos disponible para sus necesidades.

Cuando se produce un aumento de la producción de alimentos superior al crecimiento de la población, se estimula la tasa de crecimiento; por otro lado, si la población aumenta demasiado en relación a la producción de alimentos, el crecimiento se frena debido a las hambrunas, las enfermedades y las guerras. La teoría de Malthus contradecía la creencia optimista, prevaleciente en el siglo XIX, según la cual la fertilidad de una sociedad acarrearía el progreso económico. Logró bastante apoyo y fue muchas veces utilizada como argumento en contra de los esfuerzos que pretendían mejorar las condiciones de los pobres.

Los historiadores consideran que esta explosión demográfica no fue el resultado de un cambio sustancial en la tasa de natalidad (índice de nacimientos). Entre 1740 y 1830, la tasa de natalidad varió muy poco. Fue un descenso de la mortalidad lo que hizo que se incrementara la población. Muchas influencias actuaban en ese entonces para reducir este índice. Al introducirse el cultivo de tubérculos, se pudo alimentar mayor cantidad de ganado durante los meses de invierno y así se pudo surtir a la gente de carne fresca durante todo el año.

La sustitución de algunos cereales inferiores por el trigo, y el aumento en el consumo de legumbres, aumentó la resistencia contra las enfermedades. Niveles más altos de limpieza personal, aunados a más jabón y ropa interior de algodón más barata, disminuyeron los peligros de infección. El uso de ladrillos, pizarra y piedra como materiales de construcción, en lugar de paja y madera de chozas y casas de campo, redujo el número de epidemias.

Las ciudades más importantes, que comenzaban a recibir grandes cantidades de campesinos atraídos por la mecanización de algunas actividades, vieron sus calles pavimentadas, fueron dotadas de alcantarillado y de agua; se desarrolló la medicina, aumentaron los hospitales y se puso más atención a la destrucción de basuras y al adecuado entierro de difuntos.