Respeto a nuestra persona
Los respetos que hemos considerado como mandamientos de la moral pueden enumerarse de muchos modos. Los agruparemos de la manera que nos parece más adecuada para recordarlos de memoria, desde el más individual hasta el más general, desde el más personal hasta el más impersonal. Podemos imaginarlos como una serie de círculos concéntricos. A esto se refiere el sentimiento de la dignidad de la persona.
Esto no significa que nos avergoncemos de las necesidades corporales impuestas por la naturaleza, sino que las cumplamos con decoro, aseo y prudencia. Esto no significa que nos consideremos a nosotros mismos con demasiada solemnidad, porque ello esteriliza el espíritu, comienza por hacernos vanidosos y acaba por volvernos locos. También es peligroso el entregarse a miedos inútiles, error frecuente y signo de fatiga nerviosa. El descanso, el esparcimiento y el juego, el buen humor, el sentimiento de lo cómico y aun la ironía, que nos enseña a burlarnos un poco de nosotros mismos, son recursos que aseguran la buena economía del alma, el buen funcionamiento de nuestro espíritu. La capacidad de alegría y de humor es una fuente del bien moral.
De éste respeto a nosotros mismos brotan todos los preceptos sobre la limpieza de nuestro cuerpo, así como todos los preceptos sobre la limpieza de nuestras intenciones y el culto a la verdad. La manifestación de la verdad aparece siempre como una declaración ante el prójimo, pero es un acto de lealtad para con nosotros mismos. Pero la limpieza de cuerpo y alma no ha de procurarse por cálculo y para quedar bien con los demás; sino desinteresadamente, y para nuestra solitaria satisfacción moral. Y recordemos que si el desaseo es desagradable, el exhibicionismo y la afectación son ridículos. Las huidas de la realidad que prometen los tóxicos de toda clase, destruyen las más notables facultades humanas.
Los antiguos griegos, creadores del mundo cultural y moral en que todavía vivimos, distinguían este sentimiento de la propia dignidad, y la justa indignación ante las vilezas ajenas.