Edouard Manet
Pintor francés, cuyo trabajo inspiró el estilo impresionista, pero que rehusó identificar su trabajo con este movimiento. El largo alcance de su influencia en la pintura francesa y en el desarrollo del arte moderno en general se debió a su forma de retratar la vida cotidiana, a su utilización de amplias y simples áreas de color y a su técnica de pincelada vívida.
Este pintor fue un hombre extremadamente culto y elegante que provenía de una familia burguesa acomodada y que, no obstante, pintaba con una sencillez sorprendente. Su cuadro Déjeneur sur l’herbe (en la fotografía) es la obra de un artista culto.
Lo que sorprendió a los críticos y al público de su tiempo fue la increíble modernidad de todo el cuadro: la mujer desnuda tenía un cuerpo eterno, pero su rostro y su actitud eran contemporáneos. Empezó pintando temas de género, como mendigos, pícaros, personajes de café y escenas taurinas españolas. Adoptó una atrevida técnica de pincelada directa en su tratamiento de los temas realistas.
Irónicamente, fue la fuerza de esta pintura lo que provocó que resultase un fracaso popular, junto con el uso personal de la perspectiva de Manet. Si se observa, la muchacha que se está bañando en el estanque no está ni dentro ni fuera del cuadro. Sus proporciones están «equivocadas» en relación con las de los otros personajes, con lo que los tres protagonistas de la comunidad están enmarcados dentro de lo que parecen dos estilos diferentes de pinturas: la bañista agachada parece aplanada y demasiado lejana, mientras que el bodegón de las ropas esparcidas y de las frutas resulta de un gran realismo.
Victorine Meurent, la modelo favorita de Manet, mira con descaro y desvergüenza al intruso que cada observador teme ser. El hecho de que las ninfas clásicas se sintiesen satisfechas de su cuerpo se había aceptado hacía mucho tiempo, pero Manet acabó con las pretensiones sociales de su época al retratar a una mujer moderna de forma realista.
Entre las preferencias de este artista estaba la utilización del color plano y fuerte, pinceladas rotas y la apariencia general «cruda» y fresca de sus pinturas. Pintaba con una sencillez sorprendente.
En todos sus cuadros podemos percibir un reto para que sus contemporáneos viesen, como él vió, la grandeza, la belleza y la tragedia de la vida moderna, para que los artistas buscasen su inspiración observando el mundo a su alrededor en lugar de mirar al pasado.
Podría parecer que el interés de Manet era la figura pero de hecho era el mundo material como se veía en la realidad, iluminado o en sombras y creado de nuevo. Pintó filósofos disfrazados de modernos vagabundos, artistas callejeros, prostitutas, cortesanas y personas al margen de la sociedad, además de aquellas que estaban cómodamente instaladas en ella. Era sensible a la enajenación urbana y al carácter de constante cambio y evolución de las ciudades.
La última obra maestra de Manet fue el bar del Folies-Bergère (en la fotografía), cuadro que pintó un año antes de su muerte y cuando ya estaba gravemente enfermo. El pintor juega con la apariencia engañosa del espacio: hay imágenes reflejadas falsamente, y resulta difícil situarse en la obra. La camarera mira con la triste dignidad de la los explotados.
Debajo de la expresión aburrida de la camarera, su rostro resulta distante y distraído a pesar de estar rodeada por alegres luces eléctricas. De esta forma, Manet muestra que la alegría superficial de la atareada vida nocturna parisina está compensada por una sensación de alienación privada.