El cine mudo
Desde el invento de los hermanos Lumière, gran parte de los países civilizados comenzaron a realizar películas, pero estas no eran como las que vemos hoy día: solo consistían en una toma que podía durar unos pocos minutos.
Entre 1909 y 1912 todos los aspectos de la naciente industria estuvieron bajo el control de un trust estadounidense, la MPPC (Motion Pictures Patents Company), formado por los principales productores. Este grupo limitó la duración de las películas a una o dos bobinas y rechazó la petición de los actores de aparecer en los títulos de crédito.
El trust fue desmontado con éxito en 1912 por la ley antitrust del gobierno, que permitió a los productores independientes formar sus propias compañías de distribución y exhibición, por lo que pudieron llegar hasta el público estadounidense obras europeas de calidad, como Quo vadis? (1912, de Enrico Guazzoni ), de Italia, o La reina Isabel (1912), de Francia, protagonizada por la actriz Sarah Bernhardt.
En Estados Unidos, luego de observar las producciones italianas, los productores incluyeron la acción y varios minutos más de cinta para poder plasmar toda su imaginación artística. Además, se comenzó a nombrar en los créditos a los actores, lo que llevó a un favoritismo que dejó al cine en una muy buena posición comercial. El cineasta más importante de esta época en el país del norte fue D. W. Griffith, que perfeccionó la mayoría de los elementos cinematográficos que hasta ese entonces existían.
Entre 1909 y 1913 realizó más de 400 cortometrajes para los estudios Biograph, en Nueva York, donde aplicó todas sus ideas, entre ellas, el primer plano, que pretendía conseguir mayor fuerza emocional por parte de los actores. En 1916 filmó Intolerancia, primer clásico de la historia del cine.
Entre 1916 y 1920 algunos productores independientes, como Thomas Harper Ince, Cecil B. De Mille y Mack Sennett, construyeron sus propios estudios. Sennett fundó los Keystone Studios en Los Ángeles, donde produjo más 140 comedias por año. Sennet terminó por descubrir a quien sería el actor cómico mejor evaluado de la historia del cine: Charles Chaplin.