La conspiración de Querétaro

En 1810, Querétaro y algunas ciudades cercanas, como San Miguel el Grande se convirtieron en centros de conspiración. Las juntas queretanas fueron encabezadas por el corregidor de la ciudad, Miguel Domínguez y por su esposa, Josefa Ortiz, mujer entusiasta y arrojada, que asumió con convicción la causa de la independencia. También participaban los capitanes Ignacio Allende, quien había participado en la conspiración de Valladolid y Juan Aldama.

A diferencia de otras juntas, en la de Querétaro se determinó buscar un hombre que pudiera legitimar al movimiento ante los distintos estratos sociales, sobre todo, ante el pueblo y que tuviera el carisma para reunir a la gente. Así se decidió invitar al cura Miguel Hidalgo a unirse al movimiento.

El cura Hidalgo era un hombre carismático que enfrentaba la vida con un sentido eminentemente práctico. Dedicó su tiempo a las faenas agrícolas e industriales; instaló talleres para desarrollar diversos oficios, dedicó parte de su tiempo a la apicultura, la cría del gusano de seda y el cultivo de la vid. Tenía conocimientos de economía política y su erudición –“tan copiosa como amena y divertida”- asombraba a propios y extraños.

Agradable al trato, Hidalgo pronto se ganó el cariño de los vecinos, sobre todo en Dolores. Sin empacho organizaba tertulias y veladas literarias en su casa. Qué gran libro es, me dice a cada instante, el trato íntimo de los que sufren.” En el más amplio sentido del término, Hidalgo era un seductor de almas.

Ignacio Allende se encargó de invitar a Hidalgo a unirse a la conspiración de Querétaro. No sin cierta reticencia, el cura aceptó y las juntas continuaron bajo el liderazgo de Allende, al menos hasta el precipitado inicio de la guerra de independencia.