La Baja Edad Media
Si la alta edad media estuvo caracterizada por la consecución de la unidad institucional y una síntesis intelectual, la baja edad media estuvo marcada por los conflictos y la disolución de dicha unidad. Fue entonces cuando empezó a surgir el Estado moderno —aún cuando éste en ocasiones no era más que un incipiente sentimiento nacional— y la lucha por la hegemonía entre la Iglesia y el Estado se convirtió en un rasgo permanente de la historia de Europa durante algunos siglos posteriores.
Pueblos y ciudades continuaron creciendo en tamaño y prosperidad y comenzaron la lucha por la autonomía política. Este conflicto urbano se convirtió además en una lucha interna en la que los diversos grupos sociales quisieron imponer sus respectivos intereses.
En esta época la vida urbana y las ciudades prácticamente desaparecieron, como consecuencia de las invasiones y la implantación del régimen feudal. Pero a partir de los siglos X y XII, la roturación de tierras, el incremento de la población y el aumento de los rendimientos agrícolas generaron un excedente tanto de mano de obra como de producción agrícola, que revirtió el desarrollo de las ciudades. Surgió así una nueva clase de comerciantes y artesanos, llamada burguesía que impulsó el intercambio entre el campo y la ciudad, permitiendo la apertura de rutas comerciales entre regiones alejadas. Estos hechos fueron decisivos para la expansión territorial de los reinos cristianos y el desarrollo del comercio marítimo.
En esta etapa de la Edad Media uno de los hechos más destacados lo constituyó el ideal religioso de defensa de los Santos Lugares (donde había vivido Cristo) conquistados por los musulmanes, lo que se vio reflejado en la realización de una de las mayores empresas de la cristiandad medieval: las cruzadas. Ellas sirvieron para aumentar los límites del poder europeo, desarrollar el comercio mediterráneo y aliviar la presión musulmana sobre el imperio bizantino.
La primera cruzada tuvo lugar en el siglo XI por autorización del Papa Urbano II y culminó con la conquista de Jerusalén por los expedicionarios. Más tarde, en los siglos XII y XIII, se llevaron a cabo nuevas cruzadas, que dieron como resultado la fundación de efímeros reinos cristianos en el cercano oriente, que terminaron en poder de los turcos otomanos.
Dentro de la expansión territorial de Europa se destaca la colonización de los alemanes en el este del continente y el avance de la reconquista en España, empresas cuyo gran sentido religioso propició el surgimiento de las órdenes de caballería.
En el siglo XII las monarquías europeas empezaron a imponer su autoridad sobre los señores feudales, para lo cual se aliaron con la burguesía de las ciudades. Los estados instituyeron nuevas organizaciones políticas, llamadas cortes o parlamentos, que aprobaban las leyes e impuestos que debían aplicarse en todo el territorio de los respectivos reinos.
Durante el reinado de Felipe II Augusto, en Francia se desarrolló una política de centralización y expansión de la Corona hacia los ducados (estado gobernado por un duque) independientes. En Inglaterra, en tanto, se redactó la Carta Magna, primera expresión de las bases institucionales por las que el poder inglés quedó regulado y sometido a las cámaras parlamentarias.
Durante la segunda mitad del siglo XII, el emperador alemán Federico I Barbarroja impuso su poder sobre el papado de Roma; pero a finales del siglo el Papa Inocencio III logró imponer el poder de la iglesia sobre todos los reinos cristianos.
A lo largo del siglo XIV tuvo lugar una profunda crisis económica, social y espiritual, detonada por factores como el aumento demográfico, las revueltas campesinas contra los señores, la guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, la gran epidemia de la peste, y la división de la Iglesia católica conocida como Gran Cisma, cuando había simultáneamente dos o tres papas rivales.
El debilitamiento del sistema feudal y la estructura gremial repercutió en una mayor libertad comercial, que poco a poco dio paso a la conformación del sistema económico capitalista.
La caída de Constantinopla en poder de los turcos otomanos en el año 1453 significó el cierre de las actividades comerciales con el Mediterráneo oriental, por lo que la burguesía europea tuvo que buscar nuevas rutas comerciales hacia el oeste, fomentando así el desarrollo de las técnicas de navegación que posteriormente facilitarían los grandes descubrimientos geográficos.