La revolución agraria
Todas las sociedades europeas previas a la Revolución Industrial eran sociedades agrarias; es decir, las pequeñas y escasas ciudades se agrupaban en un entorno agrario más amplio que las abastecía de víveres. La transformación de estas sociedades agrarias en sociedades industriales se logra, entre otras cosas, gracias a la industrialización de la agricultura. Cada explotación agrícola, mediante la utilización de máquinas y abonos químicos, puede producir una mayor cantidad de productos de los que necesita normalmente para abastecerse, por lo que en general pueden liberar mano de obra para la industria.
Los predios comenzaron a cercarse, se vieron las ventajas de la rotación de la tierra, se mejoraron las empastadas y la crianza del ganado se perfeccionó. En los años iniciales del siglo XVII se inició el empleo de nuevos métodos y técnicas que permitieron intensificar el cultivo y aumentar la productividad. A la vez, el transporte adquirió mayor importancia y las comunicaciones abrieron otros mercados a los productos agrícolas.
Algunos inventos
Hasta avanzada la Edad Media, el arado era lo más sobresaliente que se había inventado para trabajar la tierra. A comienzos de 1700, el agricultor inglés Jetro Tull creó una máquina sembradora que distribuía la semilla en forma regular por hileras y luego la cubría de tierra, sistema que permitió apurar las siembras y reducir la cantidad de granos que había que sembrar.
Pero las mejoras técnicas no fueron tan espectaculares. La agricultura ofrecía poca oportunidad para la especialización, y el empleo intensivo de la maquinaria en el campo llegó tan sólo en el siglo XX. Alrededor del 1780, nuevos tipos de arados se introdujeron al mercado, y un constructor de molinos de Escocia inventó una trilladora más eficiente.
El aumento de la producción de hierro ayudó a sustituir la madera por el metal en la confección del arado y, en 1803, un arado de acero se puso a la venta en el mercado inglés. A fines de 1770, un ganadero inglés logró producir ganado vacuno que daba mayor cantidad de carne, caballar con más fuerza y lanar de mayor tamaño y peso. Se introdujeron nuevas variedades de pastos y abonos. El inglés Charles Townshend descubrió que había ciertas plantas, como el trébol y los nabos, que enriquecían el suelo y evitaban que éste perdiera fertilidad.
Gracias a esta revolución agraria se pudo alimentar a una masa humana cada vez más creciente, que empezó a concentrarse en los centros urbanos, industriales y mineros.