Lactancia

El comienzo de la secreción de leche se llama lactogénisis, siendo la hormona responsable la prolactina. Durante el embarazo la acción de esta hormona esta inhibida por los estrógenos y la progesterona que produce la placenta. Después del parto desaparece el efecto inhibitorio de las hormonas sexuales, lo cual permite la iniciación de la secreción láctea.

La secreción de leche se produce de manera continua en los alvéolos mamarios (pequeños sacos en forma de racimos, revestidos por células que tienen la capacidad de producir leche). La excreción espontánea produce leche con baja concentración de grasa y proteínas, representa el 33% aproximadamente, del volumen total de leche que toma el bebé en cada succión.

Otro mecanismo por el cual se forma la leche materna es por la succión del bebé, que origina un estímulo nervioso que llega al hipotálamo y desde ahí a la parte anterior de la glándula hipófisis, donde se produce prolactina, que llega por vía sanguínea a los alvéolos mamarios y hace que se secrete la leche. Unos instantes más tarde el mismo estímulo llega a la neurohipofisis, y comienza a secretarse oxitocina, la cual cuando llega por sangre a la mama provoca la contracción de las células mioepiteliales (células iguales a las de los músculos) que rodean a los alvéolos, rompiéndose de esta forma las células secretorias de los alvéolos permitiendo la salida por conductos galactóforos de leche más rica en grasa y proteínas y que representa el 66% del volumen total que toma el bebé en cada succión.

La leche materna es el alimento natural que además de proporcionarle al bebé los nutrientes adecuados para un buen desarrollo, se adapta a su aparato digestivo. Los bebés alimentados con leche materna tienen menos riesgo de sufrir infecciones, como diarrea( el riesgo de muerte por esta causa disminuye 18 veces en los bebés), catarros, bronquitis o neumonía ( disminuye 3 veces el riesgo de muerte por infecciones respiratorias); la otitis en los bebés alimentados con este tipo de leche es menos frecuente.

El sistema inmunológico del bebé completa su  desarrollo al año después del nacimiento, por lo cual es importante la protección que le brinda la leche de la madre, retrasando la aparición de las alergias, asma o enfermedades crónicas del intestino.

Además refuerza el vínculo afectivo entre la madre y el hijo. El vínculo que se establece durante el amamantamiento no sólo le da cariño al bebé, también le va creando sentimientos de seguridad que se traducirá a medida que crece en una mayor confianza en sí mismo.