El Porfiriato

Desde que Porfirio Díaz ocupó la presidencia por segunda vez, su gobierno comenzó a perfilarse como una dictadura militar. A pesar de ello, Díaz trató de cumplir con algunas tradiciones republicanas, por ejemplo, no suprimió la Constitución ni las elecciones, pero controlaba el congreso y no toleraba la formación de partidos políticos de oposición. Las elecciones se efectuaban con el único fin de otorgar legalidad al régimen porfirista.

El mecanismo que utilizó el dictador para ejercer el poder por más de treinta años consistió en reformar la Constitución una y otra vez, según le conviniera; así la reelección cumpliría con los requisitos señalados por la ley. El congreso, institución política encargada de reformar las leyes, estaba al servicio del presidente, por lo que todas sus iniciativas y sugerencias eran órdenes que debían cumplirse sin discusión.

En 1892 surgió el grupo de los científicos, que pronto se convirtió en el más poderoso e influyente del país. Este grupo participó activamente en la formación del régimen porfirista. Los científicos encargaban de ejecutar las órdenes del presidente y de dirigir la administración del Estado.

El grupo de Los Científicos se integraba con los secretarios de Estado más cercanos a Porfirio Díaz, y con los políticos con grandes intereses en las finanzas, minería, industria y otras ramas de la economía. Los Científicos conformaban el bloque del poder, sin embargo, las decisiones de mayor importancia eran privilegio exclusivo de Porfirio Díaz.

Mientras se mantuvo el poder, Porfirio Díaz gobernó sin tomar en cuenta a los otros poderes de la República, nombró a personas de su entera confianza para desempeñar los puestos de dirección de dichos poderes. Los gobernadores, senadores y diputados siguieron el ejemplo del presidente y se reeligieron varias veces.

Durante el porfiriato, un elevado número de campesinos fue víctima del despojo de sus tierras; a muchos de ellos se les impuso la obligación de trabajar en las haciendas. Los obreros trabajaban largas y extenuantes jornadas a cambio de salarios tan bajos que todos ellos vivían en el nivel de extrema pobreza.

Los periódicos que denunciaban los atropellos y crímenes del régimen porfirista eran clausurados; los periodistas padecieron persecuciones, cárcel o destierro, y varios de ellos fueron asesinados.