Revolución Industrial
La Revolución Industrial a finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX representó la última etapa de la Edad Moderna. El modo de producción capitalista, basado en la producción fabril y la explotación de obreros, reafirmó la hegemonía de la burguesía industrial y de las grandes potencias colonialistas. Algunos autores aluden a una segunda revolución industrial para referirse al desarrollo capitalista en el último tercio del siglo XIX, y una tercera relacionada con el proceso de transformación en la electrónica y sus aplicaciones a la cibernética, la robótica y las telecomunicaciones durante el siglo XX.
Las máquinas fueron fundamentales para una nueva forma de producción en serie, ya que éstas establecieron el ritmo vertiginoso al que los obreros tuvieron que someterse. La Revolución Industrial sólo fue posible cuando la economía en países como Inglaterra, Francia o Alemania quedó determinada por la actividad fabril de las máquinas. Pero fue en Inglaterra donde comenzó este proceso de transformación, pues en dicho reino la estructura política y la intensa actividad mercantil a través de todos los mares y continentes así lo determinaron.
La máquina de vapor se convirtió en poco más de 20 años en un moderno sistema de transporte, primero en Inglaterra, después en toda Europa y finalmente en el mundo entero. Los países capitalistas que desarrollaron su tecnología y lograron implementar el uso de la máquina y del ferrocarril se convirtieron en potencias y pudieron competir, por el dominio económico, político y geográfico.
Al igual que el ferrocarril, el buque de vapor fue determinante para que los intereses de la burguesía industrial se consolidaran en la era del capitalismo.
La Revolución Industrial aceleró nuevas contradicciones sociales, ya que la producción fabril dio origen a fenómenos como la explotación capitalista. La concentración de capitales en poder de una élite industrial tuvo un contrapeso en las masas de proletariados que se fueron aglomerando en torno a las fábricas.
Con la Revolución Industrial se hizo evidente que el enriquecimiento de una oligarquía burguesa sólo podía consumarse en forma inversamente proporcional a la miseria y la explotación proletaria. Las máquinas desplazaron a la fuerza de trabajo humano, sometieron a su ritmo al trabajador, permitiendo con ello su explotación intensa; los artesanos abandonaron sus herramientas y se convirtieron en obreros.
La migración rural en torno a las fábricas generó un crecimiento anormal de las nuevas ciudades industriales, donde la miseria, la falta de servicios urbanos, la concentración poblacional, la violencia social, la prostitución y el vandalismo fueron los rasgos distintivos de la era industrial. Finalmente la industrialización representó el enfrentamiento de dos sistemas opuestos entre si: el capitalismo y el socialismo.