Características y condiciones de la fosilización
Los fósiles constituidos por el animal entero, incluso sus partes blandas, o, por el contrario, reducidos a la huella de su paso, no quedando nada del ser que la produjo, no pueden citarse como norma general. La mayoría consisten en las partes duras del organismo, constituidas por sustancias minerales: sílice, carbonato cálcico, fosfato cálcico, pirita de hierro, limonita, carbonato de estroncio.
Así, los esqueletos de los radiolarios, las espículas de las esponjas silíceas, o las frústulas de las algas microscópicas, llamadas diatomeas, se conservan bien, pues todos estos esqueletos son de sílice. Los caparazones de los moluscos y los braquiópodos, el armazón esquelético de los coralarios y los equinodermos, que son de naturaleza calcárea, se fosilizan también con facilidad, constituyendo los caparazones de los moluscos lo que se ha llamado, por analogía, la moneda corriente de la Paleontología.
El esqueleto interno de los vertebrados, o sea la osamenta, constituida también por carbonato y fosfato cálcico, se presta bien para la fosilización. En cambio, las piezas esqueléticas de naturaleza córnea, tales como las placas dérmicas de las tortugas, los pelos y las plumas, las pezuñas y los estuches córneos de los rumiantes cavicornios, se descomponen, y rarísima vez se encuentran en estado fósil. Análogamente, el esqueleto externo de los insectos y demás artrópodos, si no está muy incrustado de caliza, desaparece bien pronto, sin llegar a fosilizarse. La mayor parte de los insectos fósiles, como también el extinguido grupo de los trilobites, suelen conocerse en estado fósil por el molde externo del animal.
Condición esencial para que los restos de los animales y vegetales se conserven, es que no permanezcan largo tiempo a la intemperie pues, de lo contrario, se descomponen y desaparecen. Se cita a este propósito un caso curioso respecto a los bisontes que en grandes rebaños vivían en las praderas de EE UU y que acabaron por desaparecer de estas comarcas ante la creciente invasión del hombre que las iba poblando.
Las osamentas de estos animales se encontraban esparcidas por el suelo, en aquellos lugares en los que hacía menos de treinta años que habían desaparecido, mientras que no se hallaba ningún resto si la desaparición de los bisontes era de fecha más remota. Treinta años es el plazo máximo para que la acción de la intemperie destruya totalmente huesos tan resistentes y fuertes como son los del bisonte. En consecuencia, para que la conservación de los restos orgánicos se realice con transformación mayor o menor de la sustancia que los constituye, es condición esencial que queden incluidos entre sedimentos, libres de la acción de la descomposición.