Líquenes

Los líquenes desempeñan una misión en la fertilización del suelo. En los terrenos áridos, de rocas áridos, de rocas duras, ellos son los precursores de la vida vegetal, recubriéndolas con sus costras y talos coriáceos, penetrando con sus fibrillas y raíces entre sus partículas y desmenuzando su superficie, con lo que inician la degradación que luego será continuada y ampliada por la acción erosiva de las aguas meteóricas. Luego al morir, mezclados sus restos con el polvillo mineral que labraron, forman una capa delgadísima de humus.

En la que pueden desenvolverse las esporas de criptógamas superiores, y aun pequeñas fanerógamas que continúan y amplían la labor fertilizante que los líquenes comenzaron. Éstos además por su resistencia a toda clase de temperaturas y a las más adversas condiciones del ambiente, llevan la vegetación a los terrenos que aparecen más impropios para ella. El liquen de los renos (Cladonia rangiferina), especie casi cosmopolita, en ciertas épocas del año es el único alimento de los rebaños de reno en las regiones glaciales, que saben sacarlo de entre la nieve con la ayuda de sus cascos, e incluso quizá con sus defensas.

Cladonia rangiferina

Otro liquen, el maná del desierto (Lecanora sculenta), se desenvuelve en los suelos áridos, después de fuertes lluvias, y, cuando le falta la humedad, se reduce y forma pequeñas bolitas, quedando en vida latente. Esta especie, común en las cercanías del Cáucaso, es arrastrada por el viento y se traduce en las lluvias de maná, que caen en los desiertos áridos de Asia.