El Brainstorming o lluvia de ideas
A lo largo de casi cuatro decenios de un uso dilatado, el brainstorming ha adquirido múltiples facetas. Apenas hay un rasgo en el que estén de acuerdo teorizantes o usuarios de esta técnica, pero hay un principio que permanece invariable, que es la esencia misma del método y el que permite diferenciarlo de cualquier otro: durante la fase productiva de ideas, está absolutamente prohibida toda crítica. Lo que comenzó siendo una institución que pareció dar buenos resultados, ha sido después motivo de rigurosas evaluaciones y de numerosas reflexiones para explicar sus fundamentos psicológicos.
En los sistemas de deliberación tradicional cuando se reúnen los grupos para resolver un problema, gran parte del tiempo se invierte en atacar las ideas ajenas y defender las propias. El resultado es que muchos hallazgos no se exponen en público por miedo al fracaso. Gran parte del tiempo es consumido en inútiles debates, donde cada cual se reafirma en su posición inicial. Con frecuencia se endurecen las posiciones. Más que los diálogos se trata de interminables y reiterados monólogos.
Los espíritus no se fecundan con las intuiciones ajenas, que parecen a muchos un riesgo para las propias, más bien que acercamientos complementarios hacía una solución más valiosa. Tras una larga sesión afloran escasas ideas y en la aceptación final pesa no poco la posición revelante de quienes las exponen, sus condiciones de liderazgo o su facilidad de expresión.
Con el brainstorming se pretende superar estas condiciones adversas para la producción de ideas. Hay que dejar libre curso al pensamiento de todos, y conceder igualdad de oportunidades de expresión. Se quiere ofrecer el clima necesario para que todas las soluciones sean explícitas. Nadie debe quedar sin intervenir, nadie puede monopolizar la producción de nuevas ideas. Es posible que las más valiosas sean aportadas por individuos con pocas capacidades expresivas o dialécticas pero con grandes intuiciones, capaces de ver nuevos caminos donde otros creen que están cerradas todas las posibilidades.
Hay que eliminar todos los temores y bloqueos. Osborn refiere una de las experiencias reveladoras de las ventajas de diferir el juicio cuando se está en la fase productiva de ideas. Durante un cuarto de hora, el grupo productor trabajó con otro que, al igual que suele ocurrir en las reuniones tradicionales de las juntas directivas, podía formular sus observaciones, dificultades u objeciones.
Al final del periodo se habían apuntado cinco ideas en orden a solucionar el problema. A partir de este momento abandonan la sala los críticos y sólo queda el grupo que formula cuantas ideas se le ocurren sin crítica alguna. En los 15 minutos siguientes se consignaron 50 nuevas ideas.
Los resultados varían extraordinariamente de unas experiencias a otras. Los temas en juego y la composición de los grupos hacen tan desemejantes las situaciones, que no es fácil establecer comparaciones en términos cuantitativos. Pero cualesquiera que sean las cifras, un hecho es evidente: con este juicio diferido la producción aumenta de un modo extraordinario, por la sencilla razón de que nada, absolutamente nada, de cuanto alguien piense, ha quedado oculto.
Aquí se aprovecha hasta la última de las ocurrencias. Las fuentes de todos los espíritus alimentan el caudaloso acervo de esta reflexión colectiva. Esta eliminación de todo juicio crítico, regla de oro del brainstorming, se apoya y crea a la vez un espíritu de camaradería, de ilimitada aceptación, de liberación total, de seguridad personal y simultáneamente una cierta competición, un dinamismo irreprimible. Todos intervienen, y casi el único problema que se presenta, es cómo recoger y transcribir, la desbordada riada de aportes personales.